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sábado, 15 de octubre de 2016

El Anarquismo y Los Bienes Comunes



Rubén Trejo

La vida social de las comunidades, el apoyo mutuo que se práctica en ellas, los bienes comunes, la tierra común, el trabajo común y las formas comunitarias de distribución de los bienes, han sido objeto de la reflexión anarquista.

Proudhon, en su obra clásica ¿Qué es la propiedad?, sostiene que la propiedad capitalista surge de la rapiña de los propietarios que se apropian las “cosas comunes”,  convirtiéndolas en bienes de su propiedad. Lo anterior, obligó a los agricultores a trabajar para los nuevos propietarios por un salario que no cubre ni la reproducción del trabajador, pero que sí asegura un futuro de prosperidad para el capitalista. En consecuencia, para Proudhon la propiedad es un robo que se lleva a cabo a través de la guerra, la conquista, los tratados, los contratos, y con el apoyo de la violencia estatal.

Kropotkin, en su magnífico libro El apoyo mutuo, demostró que la tierra como un bien común y la ayuda mutua existen desde los denominados pueblos salvajes. Según el anarquista ruso, diversas culturas viven en una especie de comunismo primitivo: la tierra es de dominio común, trabajan en común, crían a sus hijos en común, no tienen jefes ni autoridad alguna y, al terminar sus actividades cotidianas, ataviados lo “más coquetamente que pueden” se “entregan a las danzas” (Kropotkin, El apoyo mutuo, Ediciones Madre Tierra, 1989: 118).

Los Estados y las burguesías europeas llevaron a cabo una magna obra de destrucción de las comunidades y de despojo de sus tierras comunales. De acuerdo con Kropotkin, entre los siglos XV y XVIII “los Estados que se formaron en toda Europa destruían sistemáticamente las instituciones en las que hallaba expresión la tendencia de los hombres al apoyo mutuo. Las comunas aldeanas fueron privadas del derecho de sus asambleas comunales, de la jurisdicción propia y de la administración independiente, y las tierras que les pertenecían fueron sometidas al control de los funcionarios del Estado y entregadas a merced de los caprichos y de la venalidad” (Kropotkin: 225). En Inglaterra, este proceso de rapiña se profundizó con las miles de actas de cercamiento aprobadas entre los siglos XVIII y XIX que permitieron a los lores apropiarse de las tierras de las comunas aldeanas, y “cada caso de despojo fue ratificado por el parlamento” (Kropotkin: 233).  

Bakunin y Kropotkin criticaron el proceso de rapiña, robo y despojo de los bienes comunes que llevaron a cabo el Estado y la burguesía. Reivindicaron algunas de las instituciones vitales de las comunas aldeanas, pero no las idealizaron y no obviaron sus límites y contradicciones.

A finales del siglo XIX, Kropotkin sostenía que a pesar del magno proceso de destrucción de las comunidades era asombroso que los principios de ayuda y apoyo mutuo continuaran desempeñando un papel importante en la vida contemporánea. No obstante que desde hace 400 años, insiste Kropotkin, “se produce una destrucción de las instituciones y los hábitos de ayuda mutua, sin embargo, centenares de millones de hombres continúan viviendo con ayuda de estas instituciones y hábitos; y religiosamente las apoyan allí donde pudieran ser conservadas y tratan de reconstruirlas donde han sido destruidas” (Kropotkin: 228). Más sorprendente es aún, que en el capitalismo globalizado del siglo XXI, diversas sociedades y comunidades que resisten y se rebelan contra la opresión y la explotación continúan defendiendo, apoyando y construyendo relaciones sociales comunitarias basadas en los bienes comunes y en la ayuda  mutua.

Los comunes son relaciones sociales autónomas basadas en el apoyo mutuo, prácticas culturales y de consumo, así como de trato con la naturaleza y de relación con el conocimiento y la tecnología autoinstituidas y autodeterminadas por las asambleas de los comuneros. Los bienes comunes forman parte de las condiciones posibilitantes de una sociedad libre y autónoma. En consecuencia, como bien expusieron Proudhon y Kropotkin, los comunes sólo existen en antagonismo y en lucha contra el Estado y la burguesía.

LA INSURRECCIÓN ÁCRATA Y LOS COMUNES

La acción insurreccional anarquista ha estado estrechamente vinculada con  la lucha por la defensa de la vida comunitaria y de los comunes. En el contexto de la revolución rusa, la lucha insurreccional de Makhno tomó las tierras y los bienes de los propietarios burgueses. Los campesinos makhnovistas crearon comunas libres basadas en el apoyo mutuo material y moral y en principios igualitarios, generando una vida social justa y sin poder político alguno. En la revolución española de 1936, los campesinos y obreros anarquistas tomaron las haciendas y las industrias y se asociaron libremente en colectividades. Numerosos grupos de campesinos en Aragón, Levante, Castilla, entre otros lugares, colectivizaron las tierras de las haciendas, convirtieron en propiedad común la mayoría de los bienes, organizaron las asambleas vecinales, crearon comités administrativos, tiendas y almacenes comunales, ayudando a otras colectividades menos favorecidas. Igualmente, en regiones como Cataluña las fábricas fueron expropiadas a los patrones y gestionadas por los comités revolucionarios de los trabajadores.

En México, los anarquistas han participado en varias insurrecciones exigiendo la restitución de la tierra a sus propietarios originales, los pueblos y las comunidades indígenas y campesinas. En 1868, la insurrección de Julio López, compañero de lucha de la primera generación ácrata encabezada por Plotino Rhodakanaty, proclamaba “guerra a los ricos y reparto de tierras de las haciendas entre los indígenas”. Y agregaba:“Soy anarquista porque soy enemigo de todos los gobiernos, y comunista, porque mis hermanos quieren trabajar la tierra en común”.

En la Revolución Mexicana, el magonismo luchó por la expropiación de la tierra a las haciendas y su restitución a los indígenas. En este sentido, Ricardo Flores Magón afirmaba: “En México viven unos cuatro millones de indios, que hasta hace veinte o veinticinco años vivían en comunidades, poseyendo en común las tierras, las aguas y los bosques. El apoyo mutuo era la regla de esas comunidades, en las que la Autoridad sólo era sentida cuando el agente de la recaudación de rentas hacia su aparición periódica o cuando los rurales llegaban en busca de varones para hacerlos ingresar por la fuerza al Ejército. En estas comunidades no había jueces, ni alcaldes, ni carceleros, ni ninguna polilla de esa clase. Todos tenían derecho a la tierra, al agua para los regadíos, al bosque para la leña y a la madera para construir los jacales. […]. Se ve, pues, que el pueblo mexicano es apto para llegar al comunismo, porque lo ha practicado, al menos en parte, desde hace siglos, y eso explica por qué, aun cuando la mayoría es analfabeto, comprende que mejor que tomar parte en farsas electorales para elevar verdugos, es preferible tomar posesión de la tierra, y la está tomando con grande escándalo de la ladrona burguesía” (“El pueblo mexicano es apto para el comunismo”, Regeneración, núm. 53, 2 de septiembre de 1911).

LOS NUEVOS CERCAMIENTOS DE LOS COMUNES Y LA REBELDÍA DE LOS COMUNEROS

Desde la crisis económica estructural de los setenta del siglo XX, el capitalismo global ha reeditado a una escala mayor el cercamiento de los comunes que se registró entre los siglos XV y XVIII. En efecto, el capitalismo informático articula tanto la explotación de nuevas fuerzas de trabajo intangibles como la rapiña, el robo y el despojo de los bienes comunes con el propósito de recuperar e incrementar sus rentas y sus ganancias económicas. A nivel global, despoja de tierra y territorios a las comunidades campesinas proletarizándolas, saquea los recursos naturales comunes como el agua, el viento, los minerales y los bosques, reglamenta mundialmente los derechos de propiedad intelectual para apropiarse el común intangible del conocimiento, las compañías biotecnológicas patentan como propiedad privada el saber y la información genética de animales, plantas y microorganismos, y roban a través de la biopiratería conocimientos comunitarios.

Este magno proceso de rapiña mundial de bienes comunes y colectivos se ha llevado a cabo destruyendo relaciones societales no capitalistas ni estatistas. No obstante, el despojo ha encontrado un vasto y diverso movimiento social de rebeldía que defiende el carácter común de esos recursos frente a la privatización. Múltiples son las resistencias de las comunidades y los pueblos a lo largo y ancho del mundo para defender lo que el imaginario social reclama como un bien común.

En México, el cercamiento de los bienes comunes se impulsa a través del despojo de la tierra, los territorios, los bosques, el agua, los minerales, las playas, el viento y los recursos genéticos. Diversas comunidades de indígenas y campesinos se han rebelado contra la rapiña de los bienes comunes, en su resistencia han defendido y construido formas de organización comunitarias que en la mayoría de los casos están al margen de los partidos políticos y de las agrupaciones tradicionales. Los movimientos indígenas y campesinos defienden los comunes de la rapacidad de las inmobiliarias, las corporaciones biotecnológicas y farmacéuticas, los consorcios turísticos, las hidroeléctricas, las empresas del agua, las compañías mineras y de energía eólica que a su paso dejan miseria, destrucción de la naturaleza y de las culturas, emigración y represión. Estos movimientos al defender los bienes comunes protegen la ecología y conservan la biodiversidad, así como también construyen una alternativa de relaciones sociales comunitarias y autonómicas que contradicen y superan las relaciones sociales capitalistas y estatistas dominantes. No tenemos una visión idílica de las comunidades indígenas que defienden los comunes y no desconocemos sus límites y contradicciones. No obstante, sostenemos que las comunidades en rebeldía, los bienes comunes, la autonomía y las culturas indígenas, son formas societales alternativas al capitalismo y al estatismo y, por lo mismo, los anarquistas debemos de acompañar y, sobre todo, aprender de su creatividad y de su digna rebeldía de larga duración.

Los comunes son defendidos por diversos movimientos sociales: el software libre, impulsado por programadores libertarios que promueven el desarrollo de programas de código abierto y el copyleft; las colectividades urbanas que defienden lo común de los parques, los deportivos, las calles, las bibliotecas, los comunes que sobreviven o se crean en las ciudades; los jóvenes que sostienen que las ondas herzianas son de todos y crean medios de comunicación libres; los indígenas, los campesinos y los ecologistas que combaten la apropiación privada de la información y los conocimientos genéticos y la biopiratería; las comunidades indígenas que defienden y recuperan sus tierras y territorios.

LOS COMUNES: FORMA SOCIAL ALTERNATIVA AL ESTADO

La vida comunitaria está basada en las instituciones y los hábitos de la ayuda y el apoyo mutuo, como demostró Kropotkin. La ayuda mutua y los bienes comunes constituyen relaciones sociales vitales autónomas que subvierten  las relaciones sociales de dominio de mando/obediencia en las que se fundamenta el Estado. Los bienes comunes constituyen una nueva forma de vida basada en el apoyo mutuo, las relaciones entre iguales, la fraternidad comunitaria, la asamblea de los comuneros, las decisiones tomadas comunalmente, la circularidad de la información, la comunidad  que se autoinstituye, que establece sus propias normas y reglas de vida. El Estado, en contraposición, al establecer el dominio de unos seres humanos sobre otros, destruye el apoyo mutuo y las relaciones sociales igualitarias propias de la vida comunitaria. El Estado confisca la representación común de las asambleas de la comunidad, convirtiéndola en monopolio de las clases dominantes. La relación social vital entre iguales, propia de los comuneros, es sustituida por una relación social desigual y jerárquica entre los que mandan y los que obedecen. El Estado destruye la ayuda mutua y despoja –junto con la burguesía– los bienes comunes, y con ello devasta las condiciones de vida de poblaciones enteras.

El Estado y la explotación son dos fenómenos que “marchan siempre mano a mano”, como bien advirtió Rudolf Rocker. De acuerdo con el anarquista alemán: “toda voluntad de poder es voluntad de explotación de los más débiles. Pero toda forma de explotación encuentra su expresión visible en una institución política de dominio que ha de servirle de instrumento” (Rocker, Nacionalismo y cultura, Reconstruir, s/f: 82). En efecto, el Estado organiza las relaciones sociales de explotación que constituyen el capital y somete la vida de los trabajadores y de la sociedad, a través de las más diversas formas de violencia, a la dominación capitalista. En consecuencia, el Estado no sólo no es un representante general de la sociedad que opera en un contexto social capitalista, sino que es un Estado capitalista, cuya existencia depende de fomentar la reproducción de la totalidad de las relaciones sociales burguesas.

El Estado organiza socialmente la propiedad privada capitalista, pero también participa en el despojo de los bienes comunes convirtiéndolos en bienes públicos y nacionales. El Estado roba los bienes comunes y luego, por la magia del fetichismo de Estado que lo hace aparecer como el representante general de la sociedad, presenta los bienes públicos y nacionales como pertenecientes a todos los ciudadanos, cuando en realidad la propiedad pública existe para servir y promover los intereses del capital. Los bienes públicos y nacionales, generalmente obtenidos o creados a través de la rapiña de los bienes comunes, son la forma histórica que adopta el capital estatal para explotar el trabajo de sus empleados y para obtener rentas a costa de los bienes de la comunidad. El proceso histórico en el que el Estado despoja lo común convirtiéndolo en lo público alcanza su máxima expresión en las denominadas sociedades del capitalismo de Estado y del “socialismo real”. En consecuencia, los comunes son la creación de otra alternativa social que no acepta la falsa disyuntiva que obliga a optar entre la propiedad privada capitalista o la propiedad pública del Estado. Los comunes, al constituir relaciones sociales autónomas, arrebatan al Estado la apropiación que hace de lo común tanto en el nivel político-representativo (la cosa pública) como de los bienes públicos que monopoliza en nombre de todos.

Los bienes comunes son una forma social alternativa al Estado no –o no fundamentalmente– porque sean una mejor forma de gestionar los recursos naturales y humanos. Los bienes comunes son alternativos al estatismo porque son una nueva forma de vida basada en el apoyo mutuo y en las relaciones igualitarias y, por ende, emancipada de las relaciones sociales de mando y obediencia del Estado. Los bienes comunes lo son porque se basan en la ayuda mutua que autoinstituye a la comunidad. Las relaciones sociales comunales se crean y recrean en el apoyo mutuo que sólo puede desplegarse entre seres humanos libres e iguales. Lo común es común por la ayuda mutua entre seres humanos iguales y libres. Podríamos decir que si en una comunidad hay comunes y ayuda mutua hay libertad, y si hay libertad no hay Estado. Y la libertad, no está de más recordarlo, es el bien común más preciado. En consecuencia, lo común es algo más que una forma de propiedad de los bienes, la riqueza o los recursos, es sobre todo una forma social de vida libre. Por ende, el Estado sólo puede superarse creando nuevas formas sociales de vida libre basadas en el apoyo mutuo y en los bienes comunes, pues éstos son relaciones societales que subvierten las relaciones de mando/obediencia del Estado.

LOS BIENES COMUNES SUBVIERTEN EL CAPITAL

El capital es una relación social basada en el trabajo asalariado y en la propiedad privada que busca la creciente obtención de ganancias para reproducirse de manera ampliada.

Los bienes comunes destruyen el capitalismo porque subvierten la condición de explotación y enajenación del trabajo humano subsumido al capital. La capacidad humana de transformar el mundo es comprada por el capitalista con el propósito de obtener ganancias a través de la producción de mercancías tangibles o intangibles. Las capacidades creativas humanas son convertidas en trabajo heterónomo, enajenado y explotado por el capital.

Los comunes restituyen las capacidades creativas humanas como capacidades autónomas del individuo y de la comunidad, cuya finalidad es la producción y reproducción de una vida libre. La capacidad humana de transformar el mundo es reapropiada por el individuo y la comunidad, lo que subvierte el trabajo heterónomo en general y el trabajo asalariado en particular, destruyendo con ello las relaciones sociales capitalistas.

Los comunes subvierten el capitalismo no sólo –ni fundamentalmente–porque oponen una forma de propiedad colectiva a una forma de propiedad privada; destruyen al capital porque el individuo y la comunidad al reapropiarse la capacidad humana de transformar el mundo subvierten el trabajo heterónomo que es sinónimo de pena, castigo, opresión, enajenación y explotación. La capacidad humana de transformar el mundo, subsumida por el capital, al ser reapropiada por los comuneros adquiere una dimensión social autónoma, tanto en el ámbito individual como en el comunitario.

La destrucción del capitalismo debe iniciar por el mundo del trabajo, y los bienes comunes al crear las condiciones de reapropiación de las capacidades humanas de transformar el mundo subvierten la condición escindida del trabajo humano como trabajo necesario y trabajo excedente (apropiado por la burguesía y el Estado), como trabajo concreto y trabajo abstracto productor de valores de uso y valores de cambio, y como generador de valor y plusvalor para el capitalista. El trabajo heterónomo, opresivo, enajenante y explotado, es sustituido por la reapropiación de las capacidades creativas humanas que se convierten en capacidades autónomas del individuo y la comunidad.

Los comunes posibilitan destruir el trabajo heterónomo –del que el trabajo asalariado es sólo una de sus últimas formas históricas- y sustituirlo por la creatividad y la capacidad comunes generadas por la ayuda mutua de los individuos autónomos de la comunalidad. Al subvertir el trabajo heterónomo el individuo recupera sus capacidades creativas –subsumidas por el capital o el Estado– y está en condiciones de apoyarse mutuamente con otros individuos autónomos con el propósito vital de apropiarse el mundo y producir libremente su vida (no sólo sus satisfactores). Los comunes permiten la creación autónoma de la subjetividad del individuo; éste, al apropiarse integralmente de sus capacidades creativas, se apropia integralmente de su cuerpo, sus deseos, su imaginación, sus afectos, su relación con la naturaleza.

Los comunes no sólo son una mejor y superior forma de propiedad que las propiedades estatal y capitalista, sino que permiten transformar el trabajo heterónomo en capacidades creativas autónomas del individuo y la comunidad.

Ahora bien, el apoyo mutuo hace posible que todos los bienes materiales o intangibles sean producidos por todos; por tanto, todos los bienes pertenecen a todos. Todo debe ser para todos. Los anarquistas, de acuerdo con Ricardo Flores Magón, “queremos que todo sea para todos y que cada productor consuma no según sus aptitudes, sino según sus necesidades”. Y también según las necesidades de la construcción autónoma de la sociedad libre, agregaríamos nosotros. En este sentido, lo común subvierte las formas sociales de las propiedades privada capitalista y pública estatal y, de manera fundamental, el principio enajenante de la propiedad misma. La voluntad de poder, la voluntad de explotación y la voluntad de posesión (la idea de que algo es mío sólo si lo poseo) deben ser destruidas.

Los comunes crean relaciones sociales libres, pero ello no quiere decir que estén exentas de contradicciones y limitaciones que hay que conocer y superar. Entre las contradicciones que se pueden presentar están: la centralización de la información o errores en la difusión de la misma, la tendencia a monopolizar funciones y saberes, la corrupción de algunos de los integrantes de la comunidad, la inclinación de algunos individuos a crear jerarquías, la tendencia de otros a acumular bienes, etcétera. Estas contradicciones sólo pueden ser superadas por los propios comuneros, pero no hay que obviarlas porque pueden hacer la diferencia entre lograr la construcción de la comunidad o la destrucción del proyecto emancipador.

LA ÉTICA DE LOS COMUNES

Los comunes son relaciones sociales autónomas que integran diversas prácticas culturales, novedosos vínculos ecológicos con la naturaleza, formas alternativas de representación política y nuevas formas de generar saberes y tecnologías. Adicionalmente, los bienes comunes promueven el desarrollo de la ética del apoyo mutuo. Al respecto, nos gustaría recuperar la siguiente opinión de Kropotkin: “Pero la importancia ética de la propiedad comunal, por pequeñas que fueran sus proporciones, sobrepasa en mucho a su importancia económica. Ayuda a la conservación, en la vida aldeana, de un núcleo de hábitos y costumbres de ayuda mutua que indudablemente actúa como contrapeso del individualismo estrecho y de la codicia, que tan fácilmente se desarrolla entre los pequeños propietarios de la tierra, y facilita el desenvolvimiento de las formas modernas de cooperación y sociabilidad. La ayuda mutua, en todas las circunstancias de la vida aldeana, entra en la rutina habitual de la aldea” (Kropotkin: 240).

La ética del apoyo mutuo y de lo común es la ética del individuo autónomo que al reapropiarse de sus capacidades creativas destruye las relaciones sociales de mando/obediencia del Estado y las relaciones sociales de explotación del capitalismo. Un individuo autónomo que al crear y recrear su vida libre supera el individualismo estrecho y egoísta. De esta forma, la ética del apoyo mutuo es la ética de la construcción común de la libertad y la autonomía.

Los bienes comunes son relaciones sociales destructivas  tanto del capitalismo como del estatismo, por lo que se convierten en una propuesta vital para la construcción de la sociedad libre y autónoma a la que aspiramos los anarquistas. En la vida comunitaria basada en el apoyo mutuo, el ser humano libre crea y recrea al ser humano libre. Crea comunidad y crea libertad.

[Publicado originalmente en la revista Obra Negra # 0, México, 2014. Número completo accesible en http://obranegrarevista.tumblr.com.]


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